Escribir es adentrarse en territorio enemigo

«-Mi abuelo formaba parte de la avanzada de la guerrilla francesa. Tenía 17 años y su misión consistía en agarrar su bicicleta de madrugada, acercarse hacia la línea enemiga hasta escuchar las conversaciones si era posible y volver ileso al batallón. Escribir es algo así. Adentrarse en territorio enemigo, asomarse a lo que más miedo te daría ¡Es todo lo contrario a la evasión! Un trabajo de introspección muy fuerte. La literatura permite este movimiento hacia el dolor y volver ileso».

-¿Disfruta de la escritura?

-No. Lucho contra el lenguaje. Para mí escribir es difícil y el lenguaje, una tela rígida de mosquitero con el que tengo que luchar para llegar al otro lado. El lenguaje es muy molesto para mí. Es terrible.»

Samanta Schweblin en entrevista con Isabel González 

Construir, destruir y volver a construir

“¿Y qué hacer cuando te has formado a ti misma y luego te das cuenta de que te has formado con los elementos equivocados? Lo rompes todo y vuelves a empezar. Eso es lo que haces en tus años adolescentes: construir, destruir y volver a construir, una vez y otra, continuamente, como en una película a cámara rápida de ciudades que pasan alternadamente por periodos de boom económico y guerras. Ser intrépida e inagotable en tus reinvenciones; no pasar de los diecinueve, fundirte y volver a empezar, otra vez. Inventar, inventar, inventar. Cuando tienes catorce años no te explican esto, porque las personas que deberían explicártelo (tus padres) son, precisamente, las que crearon eso con lo que tú estás tan insatisfecha. Te crearon tal como ellos te querían. Tal como te necesitaban. Te construyeron con todo lo que ellos sabían, y con amor, y por eso no pueden ver eso que tú no eres: todas las lagunas que tú sientes que te hacen vulnerable. Todas las nuevas posibilidades imaginadas sólo por tu generación, e inexistentes para la suya. Ellos lo hicieron lo mejor que supieron, con la tecnología de que disponían en ese momento; pero ahora te toca a ti, pequeño y valiente futuro, hacerlo lo mejor que puedas con lo que tienes. Ya se lo aconsejaba Rabindranath Tagore a los padres: ‘No limites a tu hijo a tus conocimientos, porque él ha nacido en otro tiempo’.”

Caitlin Moran en Cómo se hace una chica

Lo incansable

Pronto se cansa el hombre, la vida no se cansa.
Pronto se cansa el ojo, la luz no se cansa.
Con infinita desesperanza para ti personalmente
se arrastrará libre por la espesura la cabrilleante serpiente
en la eternidad de las eternidades, y el lagarto de luz
trepará por el tronco y verá los caminos de la luna,
que yacen palpitantes en todos los mares.

Un día cuando todas las cortinas se conviertan en noche ciega
y la muerte corte abruptamente todos nuestros conflictos sobre la forma
el sol besará miles de millones de hojas
pero jamás nos buscará a nosotros en la espesura.

Quizás encuentre caballos de río,
los pesados hipopótamos, los inmensos devoradores de nenúfares,
y murciélagos durmiendo cabeza abajo
en las guaridas embriagadas del eco de los cambios.
Pero jamás ha obtenido nadie una respuesta,
una corriente sin respuesta fluye, resplandece, arde.
Una corriente sin respuesta fluye, resplandece, arde.

Ejercítate por tanto en el arte de soñar lo bueno
tan totalmente que tú puedas ser lo bueno plenamente,
y practica el gran arte del consuelo
que reúne de nuevo el coraje de tu corazón.

Tiéndete a través de la duda la mano a ti mismo
y proporciona con ella a la tierra de tu nostalgia interior
una simiente de significado para los años de tu futuro.

Y modélate en días soportables
un arte propio del pensamiento que lleve tu grito
hacia días todavía más soportables
y tierras todavía más soportables.

Harry Martinson

La roca de Flaubert

La historia me la contó Julián Lineros, reportero gráfico que ha cubierto muchos sucesos del conflicto armado en Colombia. A un pueblo del Putumayo llamado Piñuña Negra, reconocido fortín del grupo guerrillero las Farc, llegaron en cierta ocasión varios convoyes de soldados regulares con el propósito de erradicar a los insurgentes. Los soldados, según Lineros, se apostaron en varios puntos estratégicos para protegerse del fuego contrario. Los guerrilleros estaban escondidos y lo único de ellos que se percibía en el pueblo era el tableteo de sus ametralladoras. Los soldados demoraron cerca de dos horas disparando impetuosamente contra aquel enemigo invisible. Poco a poco empezaron a notar que las balas de la guerrilla se iban silenciando, hasta que se callaron del todo. “O los matamos”, concluyó el comandante, “o los hicimos huir”.

Después de tomar las precauciones del caso salieron de sus barricadas para otear el panorama. Lo que descubrieron entonces los dejó pasmados: los guerrilleros habían estado en el pueblo ese mismo día, pero se marcharon, al parecer, cuando sintieron llegar a los soldados regulares. Eso sí: antes de irse colocaron en varios radiolas del pueblo discos compactos que contenían disparos pregrabados.

El Ejército, como es apenas obvio, mantuvo en secreto aquella heroica batalla suya contra un escuadrón de CD’s, lo que confirma la sentencia de Manuel Alcántara, el poeta andaluz: “lo curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra”. Una función importante de la crónica es impedir, justamente, que la borren o que pretendan escribirla siempre en pergaminos atildados en los que no hay espacio ni para la derrota ni para el ridículo.

Lo que me gusta de esta historia no es su rareza circense, sino la promesa que me regala: la realidad está llena de sucesos que merecen ser contados y, por tanto, voy a pasarla bien mientras siga siendo cronista. Porque como bien lo dice Leila Guerriero, mi admirada amiga y colega argentina, la realidad, vista por los ojos de los buenos cronistas, “es tan fantástica como la ficción”.

Mi Nirvana no empieza donde hay una noticia sino una historia que me conmueve o me asombra. Una historia que, por ejemplo, me permite narrar lo particular para interpretar lo universal. O que me sirve para mostrar los conflictos del ser humano. Sigo al pie de la letra un viejo consejo de Hemingway: “escribe sobre lo que conoces”. Eso quiere decir, sobre lo que me habita, sobre lo que me pertenece. Aunque el tema carezca de atractivo mediático, si creo en él lo asumo hasta sus últimas consecuencias.

Me sentí especialmente orgulloso de mi oficio el día que leí esta declaración del escritor rumano Mircea Eliade: “en los campos de concentración rusos los prisioneros que tenían la suerte de contar con un narrador de historias en su barracón, han sobrevivido en mayor número. Escuchar historias les ayudó a atravesar el infierno”.

Los contadores de historia también buscamos, a nuestro modo, atravesar el infierno. Flaubert lo dijo hermosamente en una de sus cartas: un escritor se aferra a su obra como a una roca, para no desaparecer bajo las olas del mundo que lo rodea.

Alberto Salcedo Ramos

Los testigos no son de confiar

«En principio, todos los historiadores, periodistas y abogados saben que los testigos no son de confiar, ya que olvidan, mienten, exageran, se confunden. Es por eso que la Biblia refleja la ley judía de los testigos múltiples, tal como nos lo cuentan los eruditos que la estudian. Y Jesús escogió a doce testigos para registrar sus actos. Pero (como lo sugiere este ejemplo) incluso la corroboración múltiple alcanza apenas una visión muy aproximada de la realidad original.»

Timothy Garton Ash